Hay muchas carreras que recuerdo haber corrido con la camiseta verde. Las de cross, Archidona, el Corte Inglés, Bajondillo, Torremolinos, Mijas, Nagüeles, Istán. Pero queda grabada una en la memoria que fue especial y que recuerdo con mucho cariño. La subida a Hondonero en el 2011.
Subidas siempre me han atraído. Tanto en bici como corriendo. Es fascinante dirigir y gestionar la lucha de tu cuerpo contra la ley de gravedad. Una de las cosas que más echo de menos de Málaga es la subida a la Reina. Conozco cada curva, cada cambio de pendiente, cada metro del asfalto. Allí aprendí cómo dosificar porque dosificar es elemental en las subidas. Una vez que te pasas no te recuperas. La pendiente no perdona porque no permite descansos a ritmo reducido.
Para la subida a Hondonero en aquel año hubo modalidad bici y running. Javi optó por correr, yo me decanté por la bici. La mayoría del trayecto trascurría por camino de tierra. Por eso recomendaron ir en bici de montaña. No sé qué demonios me dió por presentarme allí en bicicleta híbrida que además pesaba 14 kilos. Bueno, hubo una razón evidente: ni siquiera tenía bici de montaña en aquella época y 10 años más tarde sigo sin tener una (a pesar de hacer muchos kilómetros por senderos y caminos salvajes). Y la otra razón fue pura chulería: pensé que la técnica no sería decisiva para medirme con quienquiera que se presentase allí. Sólo Colón se equivocó más. Los que acudieron a la carrera fueron todos ciclistas de clubes con los últimos modelos del mercado.
Primero salieron los tan solo 19 corredores, a la media hora arrancamos los 22 ciclistas. Suficiente tiempo para hacerme una idea de quiénes podrían ser los más y quiénes los menos fuertes, quién me podría servir de referencia etc. Aún después de ese tiempo no lo tenía nada claro. Ellos se conocían entre ellos, me imagino que de alguna que otra cicloruta o incluso de entrenos comunes. Pero yo, el único guiri encima con bici híbrida estaba „más perdió que el barco el arroz“.
El primer kilómetro sobre asfalto trascurrió todavía bastante bien. Hubo dos bestias que ya se fueron en los primeros repechos, pero era previsible. Mi idea era mantener el contacto con los primeros 4-5 el máximo del tiempo posible. El plan ya se trastornó con el cambio de superficie a gravilla suelta, con piedras grandes en medio. La rueda trasera derrapaba, sobre todo en tramos con mucha pendiente. Intenté defenderme con uñas y dientes, pero iba fundido desde el kilómetro 2 y me quedaban 4 más.
En otra ocasión me hubiera fijado en ese magnífico paraje natural, tan tranquilo, con las rocas majestuosas, un domingo soleado a principios de mayo. Y yo en medio haciendo el gilipollas. Era un eterno sufrir. No terminaba y no terminaba. Cuando faltaban todavía 400 metros veo que Javi viene corriendo de frente. No sabía la criatura que tenía a un muerto enfrente. Con su inmejorable afán de animar a los compañeros, suelta una expresión que se ha hecho mítica desde entonces:
¡¡¡CORRE CABRÓN!!!
Ya no tenía ni fuerzas para pensar qué contestarle, ni mucho menos para abrir la boca. Menos mal. Porque si no le suelto de todo. Pero así me atormenté hasta la meta, acompañado durante el resto del trayecto por los gritos de guerra de Javi cuando lo único que yo quería era paz. Fuera como fuese, así nació el movimiento „Corre cabrón“ que aún hoy en día une a atletas de Alemania y España. Y todo maravilloso en retrospectiva.
Un fuerte abrazo a Javi, Antonio y Juan. Gracias a Diego y Jesús por ese magnífico proyecto (sin ellos no nos hubiéramos conocido). Y a todos los Primeguis que me conocen, un abrazo.